En este soliloquio hablamos de salud y de enfermedad mental. Llevamos al espectador de una experiencia lúdica a una psicoeducativa y de una comedia para reflexionar acerca de lo mítico y lo real y, que también abarca el desasosiego a la carcajada. Un actor se enmascara en múltiples personajes para hacer visibles a los padecimientos psiquiátricos acallados y escondidos en la conciencia social. En la niñez y en la adolescencia los cambios químicos en el cerebro son muy parecidos a los que se experimentan en algunas de las enfermedades mentales mayores: teníamos amigos imaginarios, hablábamos con las muñecas y creíamos en los reyes magos. A esa edad, pareciera, que estamos todos locos. Hablamos de la depresión, vocablo tan utilizado como adjetivo, cuando en realidad es ya la primera causa de discapacidad laboral en el planeta y motivo de conflictos interpersonales y rupturas familiares. Convertimos el enamoramiento en enfermedad y nos proponemos enfrentar a este mal con un general que después de dar un golpe de estado se atreve a considerarlo un problema de salud llegando al extremo de prohibir la copula. Revelamos a la adicción como una enfermedad mental; una borrachera es un episodio agudo de dicho padecimiento en donde el bebedor, literalmente, se esta envenenando con etanol. Una parte de estas personas que beben, de hecho, se están auto medicando, es decir, se sentían mal antes de empezar a tomar y al hacerlo, encontraron una manera de mejorar dichas emociones negativas. ¿Estamos todos locos o lo estaremos a lo largo de nuestra vida? El cerebro también se enferma y se sana y así, nuestra misión al final, es el de reírnos de nosotros mismos.